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En el camino a Gólgota, siguió a Jesús una gran multitud del pueblo. A las mujeres que lloraban por Él, les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos" (Lc. 23:28). Se refirió con ello a la destrucción de Jerusalén que vendría.
Con el Señor fueron ejecutados dos malhechores. La cruz de Jesús estaba en el medio. Aquí se cumplió Isaías 53:12: el Señor fue contado con los pecadores. Los difíciles padecimientos de Jesús desembocaron finalmente en una terrible lucha de muerte.
Las palabras de Jesús que pronunció en la cruz, dan testimonio de su grandeza divina. Incluso en el padecimiento y la muerte todavía se dirige a otros con palabras de misericordia, perdón, intercesión y desvelo, manifestando el amor y la gracia de Dios.
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